Otro poema para recordar
Aquí les pongo un poema que al menos a mí me trae muy buenos recuerdos. Se trata de "La inteligencia", de Leon Tolstoi. Inicialmente el hermano Rubén nos lo declamó en el salón, luego participé con él en los Juegos Florales de 1983. Recuerdo que algunos dijeron que recité el poema tal y como el hermano Rubén nos lo había declamado en clase, pero no era mi idea imitarlo sino que él fue quien me enseñó la técnica, y traté de hacerlo lo mejor posible, siguiendo sus instrucciones.
A ver si podemos encontrar también el poema que recitó Martín Landers, aquel que terminaba con un gladiador gritando "Te perdono, Nerooooón..." Bueno, aquí está el poema del leoncillo, para los que todavía lo recuerden.
La inteligencia
Leon Tolstoi
Rugió el leoncillo, y al sentirse fuerte,
sacudiendo orgulloso la melena,
se despidió de su achacosa madre
queriendo altivo recorrer la selva.
La madre, entristecida,
con arrogancia y con amor de fiera,
acarició al cachorro que por siempre
dejaba ingrato la tranquila cueva.
Y al mirarlo alejarse,
con el cariño de las madres buenas,
la vetusta leona
le dijo entre rugidos de tristeza:
- Sé cauto y receloso,
que del valor no es mancha la cautela:
sé audaz, y tu bravura
te dará la victoria más completa
y verás que en el mundo
tiene siempre razón quien tiene fuerza;
desprecia a los cobardes que se arrastran,
ampara a los que tiemblan,
destroza sin piedad a los traidores
y extrema la prudencia
cuando encuentres al hombre en tu camino;
huye del hombre, esquiva la pelea,
porque el hombre es más fuerte y más temible
que todo lo temible de la tierra.
Despreciando consejos maternales
saltó el leoncillo, y al cruzar la selva
encontró a un elefante gigantesco
que caminaba por oculta senda.
- ¿Eres el hombre? –preguntó el cachorro.
- Su esclavo soy –le respondió el atleta–;
y como esclavo dócil
voy cargado de leña
para que mi señor en el invierno
en su hogar, que es mi cárcel, lumbre tenga.
Asombrado el leoncillo siguió andando,
y en la llanura inmensa
encontró a un alazán gallardo y noble
de largas crines y gentil cabeza.
- ¿Eres tú el hombre? –preguntó el cachorro.
- Su esclavo soy, le sirvo en sus empresas –dijo el corcel–
El freno me esclaviza
me aguijan las espuelas,
y, dócil a mi dueño,
con él combato en la sañuda guerra
y en la bendita paz labro los campos
y convierto en vergeles las estepas.
Atónito el leoncillo volvió al bosque
y entre robustos troncos y malezas
escuchó de un lebrel fuertes ladridos.
- ¿Eres el hombre? –preguntó la fiera.
- Soy su esclavo más fiel, su leal amigo
–dijo ladrando el perro- y tu presencia le advierto
cuando ladro de este modo.
...
Al pie de unas palmeras
vió el leoncillo agitarse una figura
muy débil, muy mezquina, muy pequeña:
- ¿Sabes dónde habrá un hombre?
–preguntó, sacudiendo la cabeza,
el leoncillo irritado.
Y aquella figurilla tan pequeña
le contestó sereno: - aquí me tienes,
el hombre soy, monarca de la tierra.
- Prepárate a morir si eres el hombre.
–rugió el cachorro– ¡Miserable, tiembla!
¿Cómo tú, tan pequeño y tan mezquino,
arrancaste a mi padre la existencia?
Tranquilo el hombre se alejó unos pasos;
y al saltar el león buscando presa,
sintió herida su zarpa por un hierro
y vencido rodó sobre la arena.
Prisionero quedó, robustos lazos
le encadenaron, y en su jaula estrecha
rugiendo de pesar lloró el leoncillo,
lloró por vez primera...
- Ya lo ves, soy el hombre –dijo el hombre.
Y el cachorro, moviendo la melena,
le preguntó asombrado: - ¿Cómo vences
teniendo yo razón, pues tengo fuerza?
- Venzo porque mi fuerza es un destello
emanado de Dios… ¡la inteligencia!
A ver si podemos encontrar también el poema que recitó Martín Landers, aquel que terminaba con un gladiador gritando "Te perdono, Nerooooón..." Bueno, aquí está el poema del leoncillo, para los que todavía lo recuerden.
La inteligencia
Leon Tolstoi
Rugió el leoncillo, y al sentirse fuerte,
sacudiendo orgulloso la melena,
se despidió de su achacosa madre
queriendo altivo recorrer la selva.
La madre, entristecida,
con arrogancia y con amor de fiera,
acarició al cachorro que por siempre
dejaba ingrato la tranquila cueva.
Y al mirarlo alejarse,
con el cariño de las madres buenas,
la vetusta leona
le dijo entre rugidos de tristeza:
- Sé cauto y receloso,
que del valor no es mancha la cautela:
sé audaz, y tu bravura
te dará la victoria más completa
y verás que en el mundo
tiene siempre razón quien tiene fuerza;
desprecia a los cobardes que se arrastran,
ampara a los que tiemblan,
destroza sin piedad a los traidores
y extrema la prudencia
cuando encuentres al hombre en tu camino;
huye del hombre, esquiva la pelea,
porque el hombre es más fuerte y más temible
que todo lo temible de la tierra.
Despreciando consejos maternales
saltó el leoncillo, y al cruzar la selva
encontró a un elefante gigantesco
que caminaba por oculta senda.
- ¿Eres el hombre? –preguntó el cachorro.
- Su esclavo soy –le respondió el atleta–;
y como esclavo dócil
voy cargado de leña
para que mi señor en el invierno
en su hogar, que es mi cárcel, lumbre tenga.
Asombrado el leoncillo siguió andando,
y en la llanura inmensa
encontró a un alazán gallardo y noble
de largas crines y gentil cabeza.
- ¿Eres tú el hombre? –preguntó el cachorro.
- Su esclavo soy, le sirvo en sus empresas –dijo el corcel–
El freno me esclaviza
me aguijan las espuelas,
y, dócil a mi dueño,
con él combato en la sañuda guerra
y en la bendita paz labro los campos
y convierto en vergeles las estepas.
Atónito el leoncillo volvió al bosque
y entre robustos troncos y malezas
escuchó de un lebrel fuertes ladridos.
- ¿Eres el hombre? –preguntó la fiera.
- Soy su esclavo más fiel, su leal amigo
–dijo ladrando el perro- y tu presencia le advierto
cuando ladro de este modo.
...
Al pie de unas palmeras
vió el leoncillo agitarse una figura
muy débil, muy mezquina, muy pequeña:
- ¿Sabes dónde habrá un hombre?
–preguntó, sacudiendo la cabeza,
el leoncillo irritado.
Y aquella figurilla tan pequeña
le contestó sereno: - aquí me tienes,
el hombre soy, monarca de la tierra.
- Prepárate a morir si eres el hombre.
–rugió el cachorro– ¡Miserable, tiembla!
¿Cómo tú, tan pequeño y tan mezquino,
arrancaste a mi padre la existencia?
Tranquilo el hombre se alejó unos pasos;
y al saltar el león buscando presa,
sintió herida su zarpa por un hierro
y vencido rodó sobre la arena.
Prisionero quedó, robustos lazos
le encadenaron, y en su jaula estrecha
rugiendo de pesar lloró el leoncillo,
lloró por vez primera...
- Ya lo ves, soy el hombre –dijo el hombre.
Y el cachorro, moviendo la melena,
le preguntó asombrado: - ¿Cómo vences
teniendo yo razón, pues tengo fuerza?
- Venzo porque mi fuerza es un destello
emanado de Dios… ¡la inteligencia!
Ese año, recuerdo participé declamando "Los Motivos del Lobo". En ese concurso, no gané, porque ustedes lo hicieron mejor. Pero recuerdo que el Hn. Eugenio me regalò una estampa enorme de Francisco de Asís. Creo que ese gesto, lo pinta de cuerpo entero: Es capaz de hacer sentir bien, incluso a los que pierden.
ResponderBorrarLos Motivos del Lobo
El varón que tiene corazón de lis,
alma de querube, lengua celestial,
el mínimo y dulce Francisco de Asís,
está con un rudo y torvo animal,
bestia temerosa, de sangre y de robo,
las fauces de furia, los ojos de mal:
¡el lobo de Gubbio, el terrible lobo!
Rabioso, ha asolado los alrededores;
cruel, ha deshecho todos los rebaños;
devoró corderos, devoró pastores,
y son incontables sus muertes y daños.
Fuertes cazadores armados de hierros
fueron destrozados. Los duros colmillos
dieron cuenta de los más bravos perros,
como de cabritos y de corderillos.
Francisco salió:
al lobo buscó
en su madriguera.
Cerca de la cueva encontró a la fiera
enorme, que al verle se lanzó feroz
contra él. Francisco, con su dulce voz,
alzando la mano,
al lobo furioso dijo: --¡Paz, hermano
lobo!" El animal
contempló al varón de tosco sayal;
dejó su aire arisco,
cerró las abiertas fauces agresivas,
y dijo: --"¡Está bien, hermano Francisco!"
"¡Cómo! --exclamó el santo--. ¿Es ley que tú vivas
de horror y de muerte?
¿La sangre que vierte
tu hocico diabólico, el duelo y espanto
que esparces, el llanto
de los campesinos, el grito, el dolor
de tanta criatura de Nuestro Señor,
no han de contener tu encono infernal?
¿Vienes del infierno?
¿Te ha infundido acaso su rencor eterno
Luzbel o Belial?"
Y el gran lobo, humilde: --"¡Es duro el invierno,
y es horrible el hambre! En el bosque helado
no hallé qué comer; y busqué el ganado,
y en veces comí ganado y pastor.
¿La sangre? Yo vi más de un cazador
sobre su caballo, llevando el azor
al puño; o correr tras el jabalí,
el oso o el ciervo; y a más de uno vi
mancharse de sangre, herir, torturar,
de las roncas trompas al sordo clamor,
a los animales de Nuestro Señor.
¡Y no era por hambre, que iban a cazar!"
Francisco responde: --"En el hombre existe
mala levadura.
Cuando nace, viene con pecado. Es triste.
Mas el alma simple de la bestia es pura.
Tú vas a tener
desde hoy qué comer.
Dejarás en paz
rebaños y gente en este país.
¡Que Dios melifique tu ser montaraz!"
--"Está bien, hermano Francisco de Asís".
--"Ante el Señor, que todo ata y desata,
en fe de promesa tiéndeme la pata".
El lobo tendió la pata al hermano
de Asís, que a su vez le alargó la mano.
Fueron a la aldea. La gente veía
y lo que miraba casi no creía.
Tras el religioso iba el lobo fiero,
y, baja la testa, quieto le seguía
como un can de casa, o como un cordero.
Francisco llamó la gente a la plaza
y allí predicó.
Y dijo: --"He aquí una amable caza.
El hermano lobo se viene conmigo;
me juró no ser ya vuestro enemigo,
y no repetir su ataque sangriento.
Vosotros, en cambio, daréis su alimento
a la pobre bestia de Dios". --"¡Así sea!",
contestó la gente toda de la aldea.
Y luego, en señal
de contentamiento,
movió testa y cola el buen animal,
y entró con Francisco de Asís al convento.
Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo
en el santo asilo.
Sus bastas orejas los salmos oían
y los claros ojos se le humedecían.
Aprendió mil gracias y hacía mil juegos
cuando a la cocina iba con los legos.
Y cuando Francisco su oración hacía,
el lobo las pobres sandalias lamía.
Salía a la calle,
iba por el monte, descendía al valle,
entraba a las casas y le daban algo
de comer. Mirábanle como a un manso galgo.
Un día, Francisco se ausentó. Y el lobo
dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo,
desapareció, tornó a la montaña,
y recomenzaron su aullido y su saña.
Otra vez sintióse el temor, la alarma,
entre los vecinos y entre los pastores;
colmaba el espanto los alrededores,
de nada servían el valor y el arma,
pues la bestia fiera
no dio treguas a su furor jamáas,
como si tuviera
fuegos de Moloch y de Satanás.
Cuando volvió al pueblo el divino santo,
todos lo buscaron con quejas y llanto,
y con mil querellas dieron testimonio
de lo que sufrían y perdían tanto
por aquel infame lobo del demonio.
Francisco de Asís se puso severo.
Se fue a la montaña
a buscar al falso lobo carnicero.
Y junto a su cueva halló a la alimaña.
--"En nombre del Padre del sacro universo,
conjúrote --dijo--, ¡oh lobo perverso!,
a que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal?
Contesta. Te escucho".
Como en sorda lucha, habló el animal,
la boca espumosa y el ojo fatal:
--"Hermano Francisco, no te acerques mucho...
Yo estaba tranquilo allá en el convento;
al pueblo salía,
y si algo me daban estaba contento
y manso comía.
Mas empecé a ver que en todas las casas
estaban la Envidia, la Saña, la Ira,
y en todos los rostros ardían las brasas
de odio, de lujuria, de infamia y mentira.
Hermanos a hermanos hacían la guerra,
perdían los débiles, ganaban los malos,
hembra y macho eran como perro y perra,
y un buen día todos me dieron de palos.
Me vieron humilde, lamía las manos
y los pies. Seguía tus sagradas leyes,
todas las criaturas eran mis hermanos:
los hermanos hombres, los hermanos bueyes,
hermanas estrellas y hermanos gusanos.
Y así, me apalearon y me echaron fuera.
Y su risa fue como un agua hirviente,
y entre mis entrañas revivió la fiera,
y me sentí lobo malo de repente;
mas siempre mejor que esa mala gente.
y recomencé a luchar aquí,
a me defender y a me alimentar.
Como el oso hace, como el jabalí,
que para vivir tienen que matar.
Déjame en el monte, déjame en el risco,
déjame exister en mi libertad,
vete a tu convento, hermano Francisco,
sigue to camino y tu santidad".
El santo de Asís no le dijo nada.
Le miró con una profunda mirada,
y partió con lágrimas y con desconsuelos,
y habló al Dios eterno con su corazón.
El viento del bosque llevó sur oración,
que era: "Padre nuestro, que estás en los cielos..."
[París, diciembre de 1913]
Realmente un poema bellísimo, Beto. Lo he puesto como un mensaje principal, para que pueda ser visto por más personas.
ResponderBorrarHernán, el poema que faltaba. Pajarito también nos lo dio para que lo declamemos.
ResponderBorrarEn el Circo Romano
Poema de Juan Antonio Cavestany
Marciano, mal cerradas la heridas
que recibió ayer mismo en el tormento, presentóse en la arena sostenido por dos esclavos; vacilante y trémulo.
Causo impresión profunda su presencia.
“¡Muera el cristiano, el incendiario, el pérfido!”
gritó la multitud con un rugido
por lo terrible, semejante al trueno.
Como si aquel insulto hubiera dado
vida de pronto y fuerza al enfermo,
Marciano al escucharlo, irguióse altivo, desprendióse del brazo de los siervos,alzó la frente, contempló a la turba
y con raro vigor, firme y sereno
cruzando solo la sangrienta arena,
llegó al pie mismo del estrado regio.
Puede decirse que el valor de un hombre a más de ochenta mil impuso miedo, porque la turba al avanzar Marciano como asustada de él guardo silencio; llegando a todas partes sus palabras que resonaron en el circo entero:
- César - Le dijo - miente quien afirme que a Roma he sido yo quien prendió fuego.
Si eso me hace morir, muero inocente y lo juro ante Dios que me esta oyendo!
Pero, si mi delito es ser cristiano, haces bien en matarme, porque es cierto, creo en Jesús y practico su doctrina y la prueba mejor de que en él creo,
es que en lugar de odiarte ¡té perdono! y al morir por mi fe, muero contento.
No dijo más, tranquilo y reposado
acabó su discurso, al mismo tiempo
que un enorme león saltaba al circo
la rizada melena sacudiendo.
Avanzaron los dos, uno hacia el otro, él los brazos cruzados sobre el pecho, la fiera, echando fuego por los ojos, y la ancha boca, con delicia abriendo.
Llegaron a encontrarse frente a frente, se miraron los dos, y hubo un momento en que el león, turbado parecía, cual si en presencia de un hombre tan sereno, rubor sintiera el indomable bruto,
de atacarlo, mirándolo indefenso.
Duró la escena muda, largo rato
pero al cabo, del hijo del desierto
la fiereza venció, lanzó un rugido,
se arrastró lentamente por el suelo
y de un salto cayo sobre su víctima.
En estruendoso aplauso rompió el pueblo.
Brilló la sangre, se empapó la arena y aún de la lucha en el furor tremendo, Marciano con un grito de agonía - Te perdono, Nerón - dijo de nuevo.
Aquel grito fue el último; la zarpa
del feroz animal cortó el aliento
y allí acabó la lucha.
Al poco rato ya no quedaba más de todo aquello que unos ropajes rotos y esparcidos sobre un cuerpo también roto y deshecho, una fiera bebiendo sangre humana y una plebe frenética aplaudiendo.
Es un poema que me trae muchos recuerdos, al igual que "Los Motivos del Lobo"
ResponderBorrarManuel, gracias por el poema, que efectivamente, era el que faltaba. Lo he puesto en un mensaje principal, al igual que el poema que nos mandó Beto.
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